A veces leyendo las noticias dudo que de verdad estemos en el año 2016. Se supone que el ser humano, por su condición de ser racional, ha ido evolucionando a lo largo de la historia y debería continuar haciéndolo, pero de nuevo viendo lo que ocurre a diario es para dudarlo.
Motivos para esto hay
muchos pero últimamente uno de los que de verdad me preocupa es el incremento a
nivel global de los abusos y ataques a mujeres, a adolescentes, a niñas, como
si hubiera un sector de mal llamados seres humanos que involucionan hasta tal
punto que su comportamiento ni siquiera es propio de un animal.
Esta misma semana se han
conocido nuevos datos del suceso que en las pasadas Fiestas de San Fermín
conmocionó al país en pleno verano. Aunque sean todavía presuntos violadores
todo lo que se va sabiendo pone los pelos de punta.
Todas las semanas, todas,
tenemos noticias muy duras relacionadas con ataques de distinta índole a
mujeres. Según el Ministerio del Interior, en España una mujer es violada cada
ocho horas. Una cifra escalofriante que, como si fuera un virus, se extiende
por todo el mundo y que nadie es capaz de parar. En nuestro país y fuera de él.
Hace unos días la brutal
violación y asesinato a una adolescente de 16 años en Argentina ha hecho saltar
las alarmas de la situación
insoportable por abusos a menores que se da en América latina y sobre la cual,
al menos desde fuera, da la sensación de que nadie hace nada por atajar.
La
solución sólo puede radicar en duras condenas para quienes cometan este tipo de
delitos, condenas inflexibles. En el caso de nuestro país el Sistema Judicial
que tenemos tiene que dejar de permitir que el
buen comportamiento o el arrepentimiento puedan convertirse en
atenuantes que dejan en la calle a este tipo de alimañas. Han de terminar sus
días en la cárcel, sin concesiones de ningún tipo. Violar, torturar, matar,
sigue saliendo muy barato en España y en otros muchos países, ésa es la
realidad.
Hace
unos días mi marido tenía que salir de casa a las cinco de la mañana para irse
a trabajar y lo hizo, como otras veces, tranquilamente dando el paseo de media
hora que tiene desde casa. Si hubiera sido yo la que tuviera que salir a esa
hora, cuando todavía apenas hay gente por la calle, me hubiera tocado hacerlo
en coche y a poder ser acompañada porque una mujer a esas horas corre peligro.
No,
no estamos en la Edad Media. En 2016 una mujer sola por la calle, según dónde,
según a qué horas, sigue corriendo peligro. Es más, varias mujeres, no solas
pero sí sin la compañía y protección de hombres, siguen corriendo peligro. Y es
más, una mujer acompañada de, por ejemplo, su pareja, según en qué situación,
sigue corriendo peligro.
Yo
pertenezco a la generación que creció marcada por el brutal asesinato de “Las
Niñas de Alcàsser”, ocurrido en noviembre de 1992 cuando yo tenía 15 años.
Pronto se cumplirán 24 años y después de haber crecido sin olvidarlo, aquellos
miedos lejos de atenuarse son mayores ahora como madre de una niña.
Lamentablemente, ella y yo, sólo por el hecho de ser mujeres, estamos en
peligro.