domingo, 23 de octubre de 2016

En peligro


A veces leyendo las noticias dudo que de verdad estemos en el año 2016. Se supone que el ser humano, por su condición de ser racional, ha ido evolucionando a lo largo de la historia y debería continuar haciéndolo, pero de nuevo viendo lo que ocurre a diario es para dudarlo.
 
Motivos para esto hay muchos pero últimamente uno de los que de verdad me preocupa es el incremento a nivel global de los abusos y ataques a mujeres, a adolescentes, a niñas, como si hubiera un sector de mal llamados seres humanos que involucionan hasta tal punto que su comportamiento ni siquiera es propio de un animal. 

Esta misma semana se han conocido nuevos datos del suceso que en las pasadas Fiestas de San Fermín conmocionó al país en pleno verano. Aunque sean todavía presuntos violadores todo lo que se va sabiendo pone los pelos de punta. 

Todas las semanas, todas, tenemos noticias muy duras relacionadas con ataques de distinta índole a mujeres. Según el Ministerio del Interior, en España una mujer es violada cada ocho horas. Una cifra escalofriante que, como si fuera un virus, se extiende por todo el mundo y que nadie es capaz de parar. En nuestro país y fuera de él. 

Hace unos días la brutal violación y asesinato a una adolescente de 16 años en Argentina ha hecho saltar las alarmas de la situación insoportable por abusos a menores que se da en América latina y sobre la cual, al menos desde fuera, da la sensación de que nadie hace nada por atajar.


La solución sólo puede radicar en duras condenas para quienes cometan este tipo de delitos, condenas inflexibles. En el caso de nuestro país el Sistema Judicial que tenemos tiene que dejar de permitir que el  buen comportamiento o el arrepentimiento puedan convertirse en atenuantes que dejan en la calle a este tipo de alimañas. Han de terminar sus días en la cárcel, sin concesiones de ningún tipo. Violar, torturar, matar, sigue saliendo muy barato en España y en otros muchos países, ésa es la realidad.

Hace unos días mi marido tenía que salir de casa a las cinco de la mañana para irse a trabajar y lo hizo, como otras veces, tranquilamente dando el paseo de media hora que tiene desde casa. Si hubiera sido yo la que tuviera que salir a esa hora, cuando todavía apenas hay gente por la calle, me hubiera tocado hacerlo en coche y a poder ser acompañada porque una mujer a esas horas corre peligro. 

No, no estamos en la Edad Media. En 2016 una mujer sola por la calle, según dónde, según a qué horas, sigue corriendo peligro. Es más, varias mujeres, no solas pero sí sin la compañía y protección de hombres, siguen corriendo peligro. Y es más, una mujer acompañada de, por ejemplo, su pareja, según en qué situación, sigue corriendo peligro.

Yo pertenezco a la generación que creció marcada por el brutal asesinato de “Las Niñas de Alcàsser”, ocurrido en noviembre de 1992 cuando yo tenía 15 años. Pronto se cumplirán 24 años y después de haber crecido sin olvidarlo, aquellos miedos lejos de atenuarse son mayores ahora como madre de una niña. Lamentablemente, ella y yo, sólo por el hecho de ser mujeres, estamos en peligro.

jueves, 13 de octubre de 2016

Mamá, me aburro


De pie, a la puerta del colegio, espero para recoger a mi hija en el último día del curso. Mi espera es amenizada por dos madres que tengo a mi lado, que hablan sobre los planes que tienen para sus hijos, de la misma edad que la mía, seis años. Aunque a juzgar por la cantidad de disciplinas que tienen ya previstas para ellos nadie lo diría. 

Una de ellas tiene claro que su hijo los lunes y miércoles continuará yendo a Inglés. Los martes están reservados a la natación y casi está ya decidida para que los jueves comience este año con las clases de música. Su gran duda radica en los viernes, ya que tiene la opción de ampliar un día más el inglés o declinarse por un segundo día de piscina, aunque el Judo le tienta también.

La segunda madre tenía clarísimas las jornadas de Inglés, Ballet y Natación para su hija, pero su gran dilema radicaba en que la niña es un poco “paradita” y no sabe defenderse bien, así que estaba pensando en apuntarla a clases de defensa personal. Imagino que lo de reforzar ella misma a su hija no lo contempla, pudiendo solucionarlo en una academia.



Y éstas eran sólo las actividades pensadas para cuando salieran del colegio, ya que a éstas, según comentaban, había que añadir las realizadas en el rato que pasan desde que termina el comedor hasta que retoman las clases por la tarde.
Éste es sólo un ejemplo de la saturación a la que actualmente someten muchos padres a sus hijos. Jornadas excesivas de trabajo para niños a los que al final se les roba el tiempo de ejercer como tales y que en muchos casos terminan sufriendo estrés infantil.

No estoy en ningún modo en contra de que los niños amplíen sus conocimientos mediante clases teóricas o físicas, en absoluto, pero tengamos un poco de sentido común y moderación. Unos padres no son mejores por gastarse más dinero en academias y, por otra parte, sus hijos tampoco van a ser necesariamente más brillantes ni más felices por saturarles a actividades extraescolares.

Los niños tienen que tener tiempo para ser niños. Jugar en el parque con otros niños o en casa, con sus juguetes, con sus hermanos, con sus padres o simplemente solos. Y voy más allá. Los niños tienen que saber aburrirse. Sí, aburrirse. En un mundo envuelto de estrés, de actividades encadenadas, sin tiempo para asimilar casi nada de lo que les ocurre, los niños tienen que tener tiempo para pararse y mirar a su alrededor, para no tener nada que hacer en un momento dado y darse cuenta de que no pasa nada por aburrirse, todo lo contrario, se fomenta la creatividad innata que los niños tienen.

Cada vez que mi pequeño tesoro, mi niña de seis años, me dice “mamá me aburro” y le digo con una sonrisa “no pasa nada Marina, aburrirse es bueno”, ella me mira con cara rara, pero a continuación aprende a salvar esa situación de mil maneras.

Junio 2016

Que lo que la EGB unió lo reúna Whatsapp


Que lo que la EGB unió lo reúna WhatsApp...

Algo así podría ser el lema de quienes, como es mi caso, están ahora a punto de reencontrarse dos décadas después con aquellos compañeros de pupitre, con aquellos con quienes compartí años de aprendizaje tanto en las aulas como fuera de ellas, con aquellos que viví esos maravillosos años de la ya desaparecida EGB.

He de confesar que una de las cosas que más me echaba para atrás y me agobiaba antes de decidirme a empezar a usar la conocida aplicación de mensajería instantánea era eso de los grupos. Sí, ya saben a lo que me refiero. Ahora se hacen grupos de WhatsApp para todo, desde el trabajo hasta las mamás y papás de la clase de tu hija, los amigos del barrio, los del instituto, los de la universidad, familia…
Tras bastante tiempo de “wasapeo” confirmo mis sospechas, algunos grupos son un “liquidabaterías” de primer orden, tal y como me temía. Pero como todo en la vida, hay lado bueno y lado malo y el bueno es dar con grupos que de repente irrumpen en tu vida y en tu móvil y te sacan una sonrisa porque te devuelven un pedacito de tu vida.

Seguro que muchos de los que me están leyendo se sentirán identificados si les digo que gracias al dichoso WhatsApp es más fácil reencontrarse con quienes distintos caminos y destinos fueron separando. Así que con la excusa de organizar una cena (o muchas, visto el éxito del grupo) ahora andamos una treintena de treinteañeros más contentos que unas Pascuas wasapeando como chiquillos recordando viejas anécdotas y poniéndonos al día de nuestras vidas.

Y fíjense por dónde, yo que era tan reacia al WhatsApp y a sus grupos estoy más feliz que una perdiz de reencontrarme con personas que pasaron por mi vida y que en mayor o menor medida dejaron su huella en mi corazón. Y así andamos estos jóvenes treinteañeros, con la ilusión de aquellos chavales de la EGB y con nuestros móviles echando humo algunos ratos.
Aquí estamos con más años pero con la misma ilusión de estar juntos
Y es bonito, se lo aseguro, y se lo recomiendo, al menos a quienes tengan un recuerdo tan inolvidable como el mío, que tuve la suerte de pasar aquellos años con un grupo de gente maravillosa. 

Y es curioso, se lo aseguro, porque después de tantos años hasta por WhatsApp más o menos seguimos siendo un poco los de antes. Algo en el fondo de nuestra manera de expresarnos nos dice que aunque necesitemos incluso ir enseñando fotos actuales para que todos nos ubiquemos y reconozcamos, algo nos dice que aunque no fuimos tan modernos como los alumnos de ahora con sus móviles y redes sociales, aunque no teníamos ni WhatsApp, ni Facebook, ni Twitter, ni falta que nos hacía…A pesar de todo ello, aquellos chavales de la EGB sí que han llegado al WhatsApp y lo más importante, sí que han sabido aprovecharlo.


Febrero 2014 


Aquellos festivales, aquellos maravillosos años