jueves, 13 de octubre de 2016

Mamá, me aburro


De pie, a la puerta del colegio, espero para recoger a mi hija en el último día del curso. Mi espera es amenizada por dos madres que tengo a mi lado, que hablan sobre los planes que tienen para sus hijos, de la misma edad que la mía, seis años. Aunque a juzgar por la cantidad de disciplinas que tienen ya previstas para ellos nadie lo diría. 

Una de ellas tiene claro que su hijo los lunes y miércoles continuará yendo a Inglés. Los martes están reservados a la natación y casi está ya decidida para que los jueves comience este año con las clases de música. Su gran duda radica en los viernes, ya que tiene la opción de ampliar un día más el inglés o declinarse por un segundo día de piscina, aunque el Judo le tienta también.

La segunda madre tenía clarísimas las jornadas de Inglés, Ballet y Natación para su hija, pero su gran dilema radicaba en que la niña es un poco “paradita” y no sabe defenderse bien, así que estaba pensando en apuntarla a clases de defensa personal. Imagino que lo de reforzar ella misma a su hija no lo contempla, pudiendo solucionarlo en una academia.



Y éstas eran sólo las actividades pensadas para cuando salieran del colegio, ya que a éstas, según comentaban, había que añadir las realizadas en el rato que pasan desde que termina el comedor hasta que retoman las clases por la tarde.
Éste es sólo un ejemplo de la saturación a la que actualmente someten muchos padres a sus hijos. Jornadas excesivas de trabajo para niños a los que al final se les roba el tiempo de ejercer como tales y que en muchos casos terminan sufriendo estrés infantil.

No estoy en ningún modo en contra de que los niños amplíen sus conocimientos mediante clases teóricas o físicas, en absoluto, pero tengamos un poco de sentido común y moderación. Unos padres no son mejores por gastarse más dinero en academias y, por otra parte, sus hijos tampoco van a ser necesariamente más brillantes ni más felices por saturarles a actividades extraescolares.

Los niños tienen que tener tiempo para ser niños. Jugar en el parque con otros niños o en casa, con sus juguetes, con sus hermanos, con sus padres o simplemente solos. Y voy más allá. Los niños tienen que saber aburrirse. Sí, aburrirse. En un mundo envuelto de estrés, de actividades encadenadas, sin tiempo para asimilar casi nada de lo que les ocurre, los niños tienen que tener tiempo para pararse y mirar a su alrededor, para no tener nada que hacer en un momento dado y darse cuenta de que no pasa nada por aburrirse, todo lo contrario, se fomenta la creatividad innata que los niños tienen.

Cada vez que mi pequeño tesoro, mi niña de seis años, me dice “mamá me aburro” y le digo con una sonrisa “no pasa nada Marina, aburrirse es bueno”, ella me mira con cara rara, pero a continuación aprende a salvar esa situación de mil maneras.

Junio 2016

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