martes, 22 de noviembre de 2016

No es país para hijos



Cada vez que escucho a alguien hablar de la coletilla esa de la conciliación de vida laboral y familiar es que me entra la risa. Claro, que me entra la risa por no llorar porque lo de este país no tiene nombre. 

Vamos a pensar en un prototipo de mujer, de entre 35 y 40 años, que tiene una hija de cinco años. Es hija única y lo es, además, fruto de la imposibilidad de conciliar. Su madre, ante las demandas de la chiquilla por querer tener un hermanito o una hermanita, se ha visto obligada a explicarle con todo el cariño y delicadeza del mundo que sus papás no tienen otro hijo, no porque no quieran darle ese hermanito que les pide, sino porque no pueden empezar a criar un bebé en un mundo cuyos horarios laborales, escolares y familiares son inconciliables.

La niña, que es más lista que el hambre, lo comprende todo pero lo rebate todo, así que les dice que por qué no dejan uno de los dos de trabajar para cuidar al bebé. Y es entonces cuando a esos padres se les termina de partir el alma para decirle que ese Plan B sería maravilloso pero imposible porque los contratos y los sueldos medios hoy en día difícilmente permiten esa opción.

La generación actual de niños y niñas es ya la de mayor número de hijos únicos de la historia reciente de nuestro país y no nos engañemos. Que nadie eche las culpas a los padres y madres de hoy en día por ser, como he escuchado tantas veces, unos egoístas e inmaduros que no están preparados y que sólo piensan en sus carreras profesionales. 

Desde 1977 hasta 2015, el número de hogares con un núcleo conyugal sin hijos se ha triplicado y los hogares unipersonales se han quintuplicado. A ello añadimos que un tercio de los niños españoles son hijos únicos y los pronósticos a medio plazo son que este porcentaje aumente, con las consecuencias que tendrá en el envejecimiento de la población española.

La culpa es de un país que ve normal tener horarios laborales cuyas jornadas de oficina terminen a las ocho de la tarde, que los centros comerciales, supermercados y grandes superficies en general, cierren sus puertas a las diez de la noche, dando servicio en muchos casos de lunes a domingo. Un país que ve normal que los niños tengan que pasar jornadas interminables en los colegios, entrando incluso algunos a las 7:30 de la mañana en la llamada “escuela matinera” y terminar en muchos casos también casi a las siete de la tarde cuando finalizan las dichosas (pero necesarias) actividades extraescolares, debido a los horarios de sus padres. 

La culpa es de un país cuyos políticos sólo hablan de la llamada conciliación laboral y familiar cuando están en campaña, para luego olvidarla. Ese país no sólo tiene una preocupante cantidad de hijos únicos sino de parejas que directamente no tienen ningún hijo porque no pueden económicamente o porque no pueden conciliar.

Nos venden la burra continuamente con el cuento ese de que somos europeos, pero, ay que me entra otra vez la risa floja, cuánto nos queda por aprender. Y es que, haciendo gala del popular “Spain is different” sólo nos queda decir, parafraseando a la famosa película, que en nuestro caso “No es país para hijos”.

Cartel de la campaña de recogida de firmas del Club de las Malas Madres

domingo, 13 de noviembre de 2016

La cuarta niña de Alcàsser

Justo hoy, que se cumplen 24 años de la desaparición y el terrible asesinato de "Las niñas de Alcàsser", recupero este artículo que escribí hace cuatro años con motivo del 20 aniversario de uno de los sucesos sin resolver más terribles de la crónica negra de la historia reciente de este país y que a mí personalmente me sigue encogiendo el alma cada vez que lo recuerdo...

Escultura dedicada a las tres niñas en el Cementerio de Alcàsser


"La cuarta niña de Alcàsser"



Esta semana se han cumplido veinte años de uno de los sucesos más horribles que se recuerdan en la historia reciente de nuestro país: el crimen de las niñas de Alcàsser.

Y no solo se recuerda por ser uno de los más trágicos sino porque fue el primer caso que todos vivimos de la mano del boom de las nuevas televisiones, especialmente de las entonces recién estrenadas televisiones privadas, unas con menos acierto que otras, pero todas de un modo desconocido en nuestro país, poniendo en marcha un tipo de periodismo que no ha dejado de cuestionarse, aunque no por ello se haya dejado de practicar.

Corría el año 1992 y yo entonces tenía más o menos la misma edad que aquellas niñas cuya vida se truncó una tarde de viernes cuando solo querían ir a pasar un rato a una discoteca, exactamente lo mismo que hacía yo por aquella época. El hecho de compartir edad, intereses y provincia, pues yo también soy valenciana, me marcó durante muchos años y aun hoy, veinte años después, se me hiela la sangre cada vez que recuerdo aquel  terrible suceso.

Pero además del macabro y espeluznante crimen, he de confesar que veinte años después todavía me sigue dejando boquiabierta el espectáculo mediático que se montó y las barbaridades periodísticas que se vieron. Ya entonces, a mis 15 años, tenía claro que quería ser periodista, y ya entonces me horrorizó ver el circo morboso que algunas televisiones organizaron durante la desaparición y una vez hallados los cadáveres.

Todos lo recordamos seguro y, lo que es peor, todos lo vimos casi seguro porque, lo cierto es que, aunque aquellos programas traspasaron la barrera de lo ético, convirtiendo el dolor más grande en espectáculo, lo lamentable es que aquellos programas fueron vistos por millones de españoles que, como si del canto de las sirenas se tratara, se sentían atraídos por aquello que jamás se debió emitir. La clásica doble moral tan propia de la especie humana.

Y veinte años después, me sigue indignando y horrorizando el peor legado de aquel drama. Que han pasado dos décadas y seguimos sin saber la verdad de lo que sucedió, cuántas personas, quiénes y por qué estuvieron implicados en aquel acto de sadismo y crueldad sin límites con tres niñas que tenían toda la vida por delante.

Una vida que sí continuó para la llamada cuarta niña de Alcàsser. Aquel viernes 13 de noviembre hubieran sido cuatro las niñas que se dirigían a la discoteca Coolor de Picassent, pero cuando Míriam, Desirée y Toñi acudieron a por su cuarta amiga, ésta no pudo acompañarlas porque estaba con fiebre. Se llamaba y se llama Esther y pocos conocen su historia, la misma que la ha marcado para el resto de su vida. Rehúsa hacer entrevistas y hablar del suceso, y tuvo que pasar por años de tratamiento psiquiátrico tras sumirse en una importante depresión.

En la actualidad, tiene 34 años, está casada y tiene una hija de tres años. Porque la vida siguió para ella como debería haber sucedido con Míriam, Desirée y Toñi.
Son muchos los que han apuntado a que fueron numerosos los intereses que hicieron que ese caso se cerrara metiendo en la cárcel a Miquel Ricart y dando por desaparecido a Antonio Anglés. Yo soy una de las que nunca creyó la versión oficial. Lo mínimo que Míriam, Desirée y Toñi se merecían era que se hiciera Justicia, pero ni siquiera en eso la vida continuó para ellas.

Noviembre de 2012

jueves, 10 de noviembre de 2016

Justicia de saldo




Cada vez que leo, veo o escucho en algún medio de comunicación que un asesino o violador ha salido a la calle o ha obtenido el tercer grado por buen comportamiento o que ha visto reducida su condena por algún atenuante, algo se me rompe por dentro. 

Pero qué puede uno sentir cuando lo que lee, ve o escucha es que alguno de estos violadores o asesinos vuelve a violar o asesinar en una de sus estancias fuera de prisión por buen comportamiento o porque algún iluminado considera que está rehabilitado y ha de reinsertarse en la sociedad y le ha concedido la libertad que no merecía… 

El sistema judicial y penitenciario en este país no funciona hace desde hace muchísimos años. Es algo que se sabe, que se comenta en la calle, en las redes sociales que ahora son el nuevo pulso de la Opinión Pública. Pero es algo que parece no importar a quienes desde arriba deberían poner todo su empeño para cambiarlo.

La semana pasada los Mossos d’Esquadra detuvieron otra vez a Tomás Pardo Caro, un violador que hace unos meses comenzó a disfrutar de permisos penitenciarios por “buen comportamiento”, a pesar de la condena a 25 años de cárcel que en teoría debería cumplir por haber violado y casi asesinado  a  navajazos a una mujer hace 14 años.

Hace unos días hizo exactamente lo mismo que entonces. Asaltó a una mujer de 52 años cuando se dirigía a su coche, la amenazó con una navaja, la secuestró y la obligó a avanzar hasta una zona alejada y boscosa, la violó y cuando terminó le asestó una puñalada en el cuello. Creyó que la había matado. Y la abandonó, afortunadamente aún con vida.

Alguna mente iluminada en un sistema imperfecto decidió que esta alimaña merecía una oportunidad. La misma que no tuvo su víctima hace 14 años. La misma que no ha tenido esta nueva víctima.

Este violador morirá siendo un violador, ésa es la realidad. Sin embargo, durante el último año salía a diario de la prisión para trabajar y en junio comenzó con permisos de tres días. El violador tuvo ya un primer permiso entonces y éste era el segundo del que disfrutaba. 
 
A juicio de los expertos, el hombre, al que la fiscalía pidió 40 años de prisión aunque fue condenado sólo a 25, podía readaptarse nuevamente a la vida fuera de la cárcel. Saquen sus propias conclusiones.

Este suceso pone de manifiesto, una vez más, repito, que en España el sistema judicial y penitenciario no funciona. Atenuantes, permisos por buen comportamiento, reinserción… Son conceptos que los delincuentes se conocen muy bien porque les amparan y protegen.

Hace unos días el padre de Marta del Castillo decía en una entrevista que si hubiera matado a Miguel Carcaño con la Ley y el Reglamento Penitenciario en la mano, hoy estaría ya en la calle. Cuando uno siente que el sistema garantiza más los derechos de los asesinos que los de las víctimas, uno al final llega a esta conclusión. Y lo peor de todo es que tiene razón.

Hasta que los máximos responsables políticos de este país se conciencien y decidan modificarlo, seguiremos teniendo una Justicia de saldo, un auténtico “outlet” para asesinos y violadores a los que delinquir les sale muy barato. Y lo saben.