miércoles, 20 de marzo de 2013

“De cuando nos escribíamos cartas”

Cómo hemos cambiado...Ya lo decía, aunque con otros matices, un conocido grupo español a finales de los ochenta.

Hace unos días me dio por reorganizar por enésima vez esas carpetas en las que una guarda un pedazo de su propia historia, de esos papeles que no sabe una muy bien si van a servir de algo pero de los que cuesta tanto desprenderse. Aparecen notas del colegio, de los desaparecidos EGB, BUP y COU, de la papeleta que te daban cuando aprobabas la Selectividad y de la Facultad. Sí, hace no tantos años todavía no se consultaban por Internet, te las daban en papel. Y las guardo, como un retazo de mi vida, como el símbolo de toda una etapa.

Y aparecen restos de algunos apuntes, los primeros contratos de trabajo, algunos documentos escritos a mano o como mucho a máquina, con aquella maravillosa Olivetti, que tras horas de uso me dejaba en los dedos esa sensación inconfundible, esas manchas de tinta y ese olor tan único. Y siguen apareciendo cosas en mis carpetas y entre tantos recuerdos caen en mis manos antiguas postales de diferentes destinos, viejas cartas, de amigas, de amigos, de antiguos amores, retazos de mi vida que en su momento fueron manuscritos.
Papeles ya amarillentos que recogen horas y horas de dedicación, cuando la comunicación iba más despacio, era más pausada, de aquellos tiempos en los que me llevaba varios días poder, a ratitos, terminar una larga carta de varios folios en los que contábamos lo que no podíamos hablar de otra manera. De aquellos tiempos en los que vigilabas el buzón de tu casa esperando la respuesta a aquella carta llena de historias, de confesiones, de secretos. Ahora sólo llegan cartas del banco, publicidad y recibos varios. Y esos nervios al abrir la esperada carta y leerla y releerla y guardarla como un tesoro.

Cómo hemos cambiado, que dirían Sole y sus “Presuntos Implicados”. No sé bien si a veces hemos cambiado a peor, si sólo hemos mejorado en parte o simplemente no hemos sabido en algunos aspectos aprovechar del todo la nueva era de la comunicación.

Y lo digo yo que soy una apasionada de las nuevas tecnologías, de todo lo que rodea a la llamada comunicación 2.0. No podría imaginar ya mi vida sin ellas, y sin embargo, fíjense, ironías de la vida, a veces extraño esas viejas misivas, esas llamadas de teléfono en las que descolgabas con la incertidumbre de no saber quién estaría al otro lado, quién te lo cogería, cuando te salías al pasillo a hablar bajito para que no te oyeran porque un cable (siempre enredado) te ataba al teléfono cuando ni tan siquiera existía el inalámbrico y mucho menos el móvil, cuando no teníamos e-mail, ni Facebook, ni Tuenti, ni Twitter y ni falta que nos hacían en ese momento.

Aquellos mismos tiempos en los que buscábamos en una cabina telefónica la intimidad que no podíamos tener en casa para hablar con alguna amiga o algún novio, cuando marcábamos los prefijos sólo si llamábamos fuera de nuestra provincia. Cuando quedabas con los amigos en un sitio a una hora y si alguien se retrasaba simplemente tocaba esperar. No había mensajes, no había Whatsapp para avisar, tocaba esperar, y no pasaba nada.

Hoy mis viejas carpetas, con mis recuerdos, con mis papeles, me han hecho extrañar otros tiempos en los que a lo mejor no estábamos en comunicación con tanta inmediatez pero sí estábamos más en contacto de verdad. Cuando todo era más pausado, más meditado, menos efímero y a veces más real. De cuando nos escribíamos cartas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario