Cómo
hemos cambiado...Ya lo decía, aunque con otros matices, un conocido
grupo español a finales de los ochenta.
Hace
unos días me dio por reorganizar por enésima vez esas carpetas
en las que una guarda un pedazo de su propia historia, de esos
papeles que no sabe una muy bien si van a servir de algo pero de los
que cuesta tanto desprenderse. Aparecen notas del colegio, de los
desaparecidos EGB, BUP y COU, de la papeleta que te daban cuando
aprobabas la Selectividad y de la Facultad. Sí, hace no tantos años
todavía no se consultaban por Internet, te las daban en papel. Y
las guardo, como un retazo de mi vida, como el símbolo de toda una
etapa.
Y
aparecen restos de algunos apuntes, los primeros contratos de
trabajo, algunos documentos escritos a mano o como mucho a máquina,
con aquella maravillosa Olivetti, que tras horas de uso me
dejaba en los dedos esa sensación inconfundible, esas manchas de
tinta y ese olor tan único. Y siguen apareciendo cosas en mis
carpetas y entre tantos recuerdos caen en mis manos antiguas postales
de diferentes destinos, viejas cartas, de amigas, de amigos, de
antiguos amores, retazos de mi vida que en su momento fueron
manuscritos.
Papeles
ya amarillentos que recogen horas y horas de dedicación, cuando
la comunicación iba más despacio, era más pausada, de aquellos
tiempos en los que me llevaba varios días poder, a ratitos, terminar
una larga carta de varios folios en los que contábamos lo que no
podíamos hablar de otra manera. De aquellos tiempos en los que
vigilabas el buzón de tu casa esperando la respuesta a aquella carta
llena de historias, de confesiones, de secretos. Ahora sólo llegan
cartas del banco, publicidad y recibos varios. Y esos nervios al
abrir la esperada carta y leerla y releerla y guardarla como un
tesoro.
Cómo
hemos cambiado, que dirían Sole y sus “Presuntos Implicados”.
No sé bien si a veces hemos cambiado a peor, si sólo hemos mejorado
en parte o simplemente no hemos sabido en algunos aspectos aprovechar
del todo la nueva era de la comunicación.
Y
lo digo yo que soy una apasionada de las nuevas tecnologías, de todo
lo que rodea a la llamada comunicación 2.0. No podría
imaginar ya mi vida sin ellas, y sin embargo, fíjense, ironías de
la vida, a veces extraño esas viejas misivas, esas llamadas
de teléfono en las que descolgabas con la incertidumbre de no saber
quién estaría al otro lado, quién te lo cogería, cuando te salías
al pasillo a hablar bajito para que no te oyeran porque un cable
(siempre enredado) te ataba al teléfono cuando ni tan siquiera
existía el inalámbrico y mucho menos el móvil, cuando no teníamos
e-mail, ni Facebook, ni Tuenti, ni Twitter y ni falta que nos hacían
en ese momento.
Aquellos
mismos tiempos en los que buscábamos en una cabina telefónica la
intimidad que no podíamos tener en casa para hablar con alguna
amiga o algún novio, cuando marcábamos los prefijos sólo si
llamábamos fuera de nuestra provincia. Cuando quedabas con los
amigos en un sitio a una hora y si alguien se retrasaba simplemente
tocaba esperar. No había mensajes, no había Whatsapp para
avisar, tocaba esperar, y no pasaba nada.
Hoy
mis viejas carpetas, con mis recuerdos, con mis papeles, me han hecho
extrañar otros tiempos en los que a lo mejor no estábamos en
comunicación con tanta inmediatez pero sí estábamos más en
contacto de verdad. Cuando todo era
más pausado, más meditado, menos efímero y a veces más real. De
cuando nos escribíamos cartas.
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