Cada vez que escucho a
alguien hablar de la coletilla esa de la conciliación de vida laboral y
familiar es que me entra la risa. Claro, que me entra la risa por no llorar
porque lo de este país no tiene nombre.
Vamos a pensar en un prototipo de mujer,
de entre 35 y 40 años, que tiene una hija de cinco años. Es hija única y lo es,
además, fruto de la imposibilidad de conciliar. Su madre, ante las
demandas de la chiquilla por querer tener un hermanito o una hermanita, se ha
visto obligada a explicarle con todo el cariño y delicadeza del mundo que sus
papás no tienen otro hijo, no porque no quieran darle ese hermanito que les
pide, sino porque no pueden empezar a criar un bebé en un mundo cuyos horarios
laborales, escolares y familiares son inconciliables.
La niña, que es más lista
que el hambre, lo comprende todo pero lo rebate todo, así que les dice que por
qué no dejan uno de los dos de trabajar para cuidar al bebé. Y es entonces
cuando a esos padres se les termina de partir el alma para decirle que ese Plan
B sería maravilloso pero imposible porque los contratos y los sueldos medios
hoy en día difícilmente permiten esa opción.
La generación actual de
niños y niñas es ya la de mayor número de hijos únicos de la historia reciente
de nuestro país y no nos engañemos. Que nadie eche las culpas a los padres y
madres de hoy en día por ser, como he escuchado tantas veces, unos egoístas e
inmaduros que no están preparados y que sólo piensan en sus carreras
profesionales.
Desde 1977 hasta 2015, el
número de hogares con un núcleo conyugal sin hijos se ha triplicado y los
hogares unipersonales se han quintuplicado. A ello añadimos que un tercio de
los niños españoles son hijos únicos y los pronósticos a medio plazo son que
este porcentaje aumente, con las consecuencias que tendrá en el envejecimiento de la población española.
La culpa es de un país que ve normal tener horarios laborales cuyas jornadas de oficina terminen a las
ocho de la tarde, que los centros comerciales, supermercados y grandes
superficies en general, cierren sus puertas a las diez de la noche, dando
servicio en muchos casos de lunes a domingo. Un país que ve normal que los
niños tengan que pasar jornadas interminables en los colegios, entrando incluso
algunos a las 7:30 de la mañana en la llamada “escuela matinera” y terminar en
muchos casos también casi a las siete de la tarde cuando finalizan las dichosas
(pero necesarias) actividades extraescolares, debido a los horarios de sus padres.
La culpa es de un país
cuyos políticos sólo hablan de la llamada conciliación laboral y familiar
cuando están en campaña, para luego olvidarla. Ese país no sólo tiene una
preocupante cantidad de hijos únicos sino de parejas que directamente no tienen
ningún hijo porque no pueden económicamente o porque no pueden conciliar.
Nos venden la burra
continuamente con el cuento ese de que somos europeos, pero, ay que me entra
otra vez la risa floja, cuánto nos queda por aprender. Y es que, haciendo gala
del popular “Spain is different” sólo nos queda decir, parafraseando a la famosa
película, que en nuestro caso “No es país para hijos”.
Cartel de la campaña de recogida de firmas del Club de las Malas Madres |
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